Relato 2. Diario de un náufrago.




Día 1. Despierto desorientado, tiritando de frío, con la cara incrustada en arena húmeda de playa y calado hasta los huesos por el vaivén de las olas. Tan solo tengo flashes de lo ocurrido. Disfrutaba de un crucero por el pacífico con un grupo de singles y mientras cenábamos se produjo una fuerte colisión, acto seguido, presencié estupefacto cómo el barco, poco a poco, iba inclinándose verticalmente. Ver cómo zozobraba aquel inmenso buque nos dejó paralizados a todos, más por la incredulidad de los acontecimientos que por el miedo. Después, gritos de pánico, oraciones, plegarias súplicas... y miles de personas corriendo como pollos sin cabeza buscando desesperadamente un bote salvavidas al que aferrarse. Lo último que recuerdo es haber logrado subir a uno y poco más.

No estoy solo, veo otros tres náufragos esparcidos por la orilla de esta paradisíaca playa a la que hemos ido a parar. Ya es oficial: estamos vivos y bien jodidos.    

Día 3. Llevamos aquí tan solo 4 noches y ya ni sé, ni me importa qué día es de la semana. Todos son exactamente iguales y empiezo a comprender que “morir de aburrimiento” no es simplemente una frase hecha. No hay tele, no hay fútbol, no hay papel de culo, no hay repelente de mosquitos, no hay ropa, no hay cerveza para pillarme una buena cogorza y lo peor de todo, no hay fuego. Lo bueno es que nos salvamos cuatro y al menos nos hacemos compañía: Giovanni, un carpintero de Sicilia que ha tenido la suerte de llegar con la típica navaja automática italiana; Margot, una abogada pija de la burguesía barcelonesa que ha llegado con los puesto y dos enormes globos de silicona; Jesús, un sacerdote de Santiago de Compostela y su inseparable crucifijo; y yo, un joven becario de un periódico de Madrid que poseo un práctico y valioso lápiz.

Día 4. Desde el primer momento, Giovanni se ha hecho el puto amo de la isla. El rey. Es feo, pero feo con ganas, y ni siquiera es afable de trato el muy cabrón. Pero estamos en una maldita isla virgen en la que un carpintero sin demasiado talento, con cuatro palmeras y una navaja, es capaz de construir una cabañita donde resguardarse de las inclemencias del clima tropical, o crear de la nada una barca con la que largarnos de aquí. Por otro lado, la zorra de la abogada se ha olvidado rápido de su difunto marido rico y ya está rondando al carpintero. Por interés te quiero Andrés.

Día 11. Seguimos siendo incapaces de hacer un fuego así que, mentalidad japo y a comer sashimi todos los días. Al mal tiempo buena cara que se dice. Mientras, la zorra de Margot fijo que ya se ha follado al carpintero. Si no, ¿por qué compartiría Giovanni su pedazo choza con la abogada? Es feo,  feo, pero de tonto no tiene un pelo, y claro, esas dos pedazo tetorras operadas de Margot tiran más que cien carretas. Realmente creo que Giovanni es el único que está disfrutando a lo grande del naufragio. Es carpintero de profesión y tiene la pesca como afición, como aprenda a hacer un fuego le proclamaremos el nuevo mesías. En pocos días se ha montado un bungalow en primera línea de mar, pesca cada día con pasmosa facilidad y supongo que por esta razón, se ha ligado a un pibón de clase alta que, en circunstancias normales, probablemente ni le habría mirado a la cara. Aquí el dinero, el oro, los diamantes… tienen menos valor que un mísero berberecho. Aquí se paga intercambiando cosas. Y eso es lo que ha hecho Margot: una mamadita cada noche a cambio de dormir tranquila, alejada de esos devoradores de seres humanos: los mosquitos. Y por un polvo completo, pensión completa: alojamiento, desayuno, comida y cena. Ahora mismo, Giovanni y Margot forman un perfecto matrimonio de conveniencia.  En cambio el Sacerdote gallego y yo estamos hasta las santas pelotas. No pescamos ni un cangrejo de roca, no sabemos trepar por las palmeras para recoger cocos, ni siquiera sabemos construir una humilde tiendecita. Si por lo menos fuéramos maricones, podríamos entretenernos dándonos por el culo todo el día. En fin, que al Cura esto de cambiar la iglesia por una isla y la sotana por un taparrabos, no lo lleva del todo bien. Al principio rezaba mucho. Se pasaba el día rezando a Dios. Primero le dio gracias por habernos salvado. Luego le agradeció por todos los recursos naturales de los que gozamos en la isla: fruta, pescado, agua dulce… Ahora, después de 10 noches durmiendo a la intemperie y 9 días comiendo cocos y las sobras de pescado de Giovanni y Margot, sus divinas oraciones se han convertido en satánicas maldiciones. Incluso, llevado por el hambre, el insomnio y la desesperación, el Cura ha intentado intercambiar favores sexuales “a lo Margot” por un Mero. A lo que Giovanni ha respondido con un escueto: -¿A caso tengo pinta de sopla nucas, Padre? Entretanto yo, un prometedor periodista de 24 años de la capital, aquí soy un Don Nadie. Mi gran aportación es escribir este innecesario diario que solo leo yo y que, obviamente, no puedo intercambiar por absolutamente nada de interés. Pinta negro, aun y así soy optimista. Creo que tenemos una última oportunidad: el fuego. Porque, aunque nadie lo admita abiertamente, todos estamos hasta los huevos de comer pescado crudo -¿sashimi?-, los cojones, pescado crudo, frío y duro. Por eso, el que domine antes el arte de hacer fuego, tendrá en su poder una valiosa arma con la que intercambiar.

Día 19. Se nos resiste el puto fuego: ni con dos piedras, ni con dos palos, ni con la punta del nabo, no hay manera de hacer un fuego. Y el cura y yo empezamos a estar caninos. Las sobras de pescado que nos dejan Giovanni y Margot no cunden demasiado, y con una dieta basada en hormigas, cocos y algas marinas, nos estamos quedando en los huesos. Así que continuamos igual pero más sucios, más delgados y sin nada con lo que podamos negociar con el mafioso y su putilla. Entretanto esos dos nadan en la abundancia: comen cuando quieren, fornican como orangutanes y ahora hasta tienen un monito al que alimentan mejor que a nosotros. Toca cambiar de estrategia.

Día 24. El fuego aquí es una quimera. Para más inri, parece que el Cura está perdiendo la chaveta, poco queda del hombre de dios que llego a la isla, según él mismo, por la divina providencia. Su aspecto es deplorable: anda medio desnudo, con el pelo grasiento, grandes ojeras oscuras, barba polvorienta, considerablemente enjuto y eso sí, sigue portando su crucifijo. Por si esta triste estampa no fuera suficiente, ahora además, lleva un par de días charlando con un supuesto amigo invisible: Simón. Le escucho por las noches hablar con el colega imaginario imitando la voz de otra persona. Por el contenido de las conversaciones, Simón debe ser ese gran Hijo de Puta que todos llevamos dentro.  Antes de dormirnos bajo las ramas de una palmera, el Cura, con la mirada perdida, me ha comentado los planes de su Álter ego. Literalmente, sus palabras han sido: “Simón” dice que debemos derrocar al Rey Carpintero y a su meretriz, y ocupar su lugar en el trono de la Isla de Mierda, por las buenas o por las malas”. Uishh, un cura todo cochino, medio en pelotas y poniendo vocecitas… buf, escalofríos me dan solo de recordarlo.

Día 25. Tal y como aseveró Simón, bueno en realidad lo dijo el Cura pero… Bueno el caso es que está mañana cuando me he despertado el orden natural de la isla había permutado. Se ve que en plena noche el psicópata del Cura ha ido a la cabaña de nuestros vecinos ricos y mientras echaban su rutinario pero salvaje polvo nocturno, con un mazo tallado con madera de palmera, les ha pegado un viaje a cada uno que los ha dejado totalmente fuera de combate.  Un golpe de estado en toda regla. Ahora retiene al adefesio de Giovanni y a Margot en la playa: desnudos como dios los trajo al mundo y atados, espalda con espalda. Simón Dice que mañana se hará justicia. No sé muy bien a qué se refiere pero la cuestión es que esta noche, por primera vez,  nosotros dormiremos a cubierto y ellos por el contrario, probarán la gran aventura que supone compartir una húmeda noche tropical con millones de alimañas de todo tipo. Eso sí, si pueden dormir, lo harán bajo un precioso manto de estrellas. La verdad es que debería sentirme acongojado por ellos pero no nos engañemos, la enajenación del Cura me está yendo de fábula.

Día 32. Probablemente nunca consigamos prender algo tan primitivo como un simple fuego, pero ya no me importa. Ahora soy un privilegiado. El sacerdote como tal ha muerto y ahora es Simón el que ha tomado el mando. Todos le tenemos miedo, por eso, todos obedecemos sus indicaciones sin rechistar. Se ha convertido en el Dios o el Satanás de la isla, según se mire. El caso es que las cosas se hacen como dice Simón. Simón dice que yo sea su Secretario Personal. Así sea. Simón dice que Giovanni sea el pescador oficial. Así sea. Simón dice que quiere tener descendencia en la isla. Así sea.    


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