Relato 5. Un mundo de locos.



Relato de una mujer que se creía bruja

Mire, voy a serle franca que hace mucho que nos conocemos. Cuando usted solicitó mis servicios esotéricos me dijo que era porque podían existir indicios paranormales en las conductas de algunos de sus pacientes. Pero oiga, sin acritud, aquí no hay más que perturbados. Empiezo a pensar que usted no me toma en serio. Y yo soy bruja pero una bruja de las de antes, ¿eh? No como estas impostoras de la tele: la Loli, Manoli o la Pepi, que son una vergüenza para la profesión. A esas sí que habría que ponerles 3 velas negras, por farsantes. Yo, en cambio, soy… -¡la gran Bruja Carmina!-. Última descendiente de las Brujas de EastWood Rock.

Usted sabe que soy una leyenda viva, doctor. Sabe que ya a los 12 años tuve mi primera visión y predije que mi gato se comería el hámster de mi hermano. Y atiné y mi hermano se quedó sin mascota. Igual que presagié que perdería la virginidad a los 16. Y el mismito día que los cumplí, oiga, tal y como lo había vaticinado, el Pancho me llevo al huerto y allí, entre tomates, lechugas y coles, me metió todo el pepino.

Así que dimito. Porque, o no me toma en serio o bien usted intenta retenerme en este centro de mierda, ups perdone, en este centro para tarados mentales quería decir, por motivos carnales más que sensoriales, ¿eh, doctorcito? Me he entrevistado, uno por uno, con alguno de los pacientes que me indicó y nada, mucho anormal pero ningún atisbo paranormal. Pero, entonces, si todos los supuestos expedientes X son en realidad chiflados, ¿qué pinto yo aquí, doctor? ¿Eh, doctor? ¿Eh?

¿Cómo es posible que un reconocido matasanos mental como usted, con todo esos diplomillas colgados en la pared y con sus fotografías junto al Rey de la corte, no detectara que aquí todos los pirados son simplemente eso, zumbados? ¿Cómo? También es verdad que yo tengo poderes y que provengo de una extraordinaria estirpe de brujas de la Edad Media. En cambio usted, es un ser tan, tan corriente…

A ver, tampoco se me venga abajo ahora, doctor. Debo confesarle que la idea de infiltrarme entre los internos para ganarme su confianza fue, sencillamente, brillante: vestirme como a uno más con la bata naranja, proporcionarme una celda sin privilegios para no levantar sospechas e, incluso, establecer horas programadas de terapia como a cualquier otro chalado, para que pueda traspasarle discretamente mis informes. Ahí estuvo fino, lo admito. El problema es que mis pesquisas demuestran que aquí, de paranormal, nada de nada.

Por ejemplo, Juan Camilo Sánchez. Según me comentó este sujeto aseguraba ver el fantasma de su tía Enriqueta a todas horas. Así que hace dos días me acerqué a él y sin decir ni “hola”, le solté un pedazo lametón en toda la oreja, más que nada para romper el hielo. Luego me senté frente a él en una mesita cuadrada. Le cogí de las manos, en la derecha llevaba una singular manopla amarilla, pero no le di importancia. Cerré los ojos, entonces entré en trance y reclamé la presencia de su tía fallecida… De repente, Juan Camilo soltó mis manos, levantó la derecha oculta bajo la mugrienta manopla con dos botones carmesí a modo de ojos, y se puso a imitar la voz de una vieja octogenaria: “Soy la tía Enriqueeeeta, ¿quieres que te prepare unas croquetas?”. No necesité indagar más, Juan Camilo está como una chota.

Otro caso interesante era el de Magdalena Rojas. La mujer decía sufrir episodios nocturnos de posesión diabólica. Decían que cada noche se escuchaban terroríficos chillidos que resonaban en todo el Centro Psiquiátrico. Gritos demoníacos como: “¡Cómete todo el conejo!” o “Méteme todo el palote, malote” y otro mejor, “Mira cómo disfruta la perra de Magdalena”. No tuve que investigar demasiado, una pregunta por aquí, otra por allá, para averiguar que no había alimaña del inframundo alguna. Magdalena era la única bestia, una fiera sexual que se estaba tirando a todo el que se le ponía por delante: recepcionistas, enfermeras, psiquiatras, internos, vigilantes… vamos, doctor, que la poseía todo dios menos el demonio.

Al final parece que no tendré que quemar vivo a ningún paciente poseído por el diablo jeje. Porque, oiga, después de 7 años viviendo, comiendo y durmiendo como un sonado más, puedo asegurarle que en este centro psiquiátrico no hay más que psicópatas, sociópatas, maniático-depresivos, adictos al sexo,… 

¿Cómo dice? ¿Que si creo que existe algún caso de Trastorno de identidad disociativa en este centro? Pues ahora mismo, no sé, ¿por qué me pregunta eso, doctor?  

Comentarios

Entradas populares de este blog

Relato 2. Diario de un náufrago.

Relato 1. Sobrevivir la vida.