Relato 1. Sobrevivir la vida.
Me llamo Carlos y siempre he sido un privilegiado, lo malo es que hasta ahora no me había dado cuenta. 48 años y toda una vida por delante. Mujer, 4 hijos y un abono VIP anual a Solmanía. Amante de mi trabajo y de los animales: sobre todo del cocodrilo de Lacoste y del caballito de Ralph Lauren... Y de derechas, como dios manda, liberal, monárquico, católico apostólico y romano, y claro, muy español. –¡Viva España y la Fiesta Nacional!- Y Olé.
El caso es que he
dedicado toda mi vida a mi negocio, a defender mis ideas, mi nación y mi
patria. Por ello, he discutido, debatido y me he enfrentado con rojos, verdes y
con los del arco-iris. Por la libertad, decía yo jeje, iluso ¿La libertad de
quién, o qué? ¿De una península? ¿De un cacho de tierra? ¿La libertad de imponer
un pensamiento único? ¿De una grande y libre? Puta libertad, entonces. Puta
España, como decía Rubianes. Creo que por fin te entiendo, Pepe, pero es tarde
para mí. Me muero. Estoy en coma, intubado con respiración asistida y lo peor
de todo, empiezo a vislumbrar que no he vivido la vida que hubiera deseado
vivir. ¿Cómo la he pifiado tanto?
He sobrevivido la vida de otro. Es penoso pero me
he convertido en un estereotipo cómico de película: calvo, gordo y con bigote; y una caricatura de mí mismo. Tipo Torrente pero del Real Madrid y
con familia, eso sí, una grandísima familia. Virginia, mi esposa; y mis cuatro joyitas:
Juan, Lucas, María y el peque, Álex. Pero qué mal lo he hecho, Dios. He hablado
más de independentistas y comunistas que quieren romper España, que de lo
orgulloso que estoy de mis hijos o lo enamorado que siempre estuve de mi mujer. Creo que nunca llegue a decírselo, al menos en los últimos años. Y quizás, un fuerte
abrazo cada noche hubiera bastado, sin palabras. Pero tampoco. ¡Qué injusto es
para ellos, Dios!
Se me va la vida. Me
apago y ni siquiera he podido despedirme. 5 miserables minutos bastarían. El
tiempo de tomarse un café, de leer las portadas de los periódicos o de escribir
un e-mail… A mí me va la vida en esos 5 minutos, más aún, me va el morir en
paz. Espero despertar. Abrir los ojos y verlos sonreír una vez más. Abrazarlos
a todos juntos y decirles, antes de irme para siempre, que los quiero con toda
mi alma porque, no nos engañemos, de esta no me libra ni DIOS. No, no notarán
demasiado mi ausencia porque casi nunca estuve para ellos. Sí, a veces la vida
es injusta: hay hambre en el mundo, enfermedades incurables, muertes prematuras,
pobreza, desahucios… pero otras veces somos nosotros los injustos con la vida. Hay
que disfrutar de cada día como si fuera el último.
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